Fabricantes de grietas

Mientras los medios de comunicación arrecian con las cifras y repiten hasta el hartazgo las mismas noticias día tras día: cuántos casos, cuántos muertos, si es una anciana, si es un bebé…si es en el barrio pobre de tal lugar, si es en un hospital o en un supermercado…si se generó un brote a partir de una reunión social adonde asistieron 15 personas…yo siento internamente: ¡cuánta hipocresía!

Ojalá nos importaran siempre los ancianos y los niños, la vida toda, los barrios pobres fueran motivo de preocupación y de concreción de acciones superadoras en vez de estar eternamente postrados ante el asistencialismo injusto y demagógico,  ojalá le pagáramos definitivamente mejor al personal de salud, de educación y de seguridad y nos ocupáramos entre todos de afrontar nuestros desafíos en lugar de contemplarlos desde la pantalla de un televisor, una Tablet o nuestro celular.

Me indigna nuestra rapidez para inventar palabras que no ayudan a nadie: ahora ha surgido el término anticuarentena…y de nuevo nos sentimos convocados a ponernos de uno u otro lado de la línea que supuestamente esa palabra parece significar.

No existe el anticuarentenismo como no existe el cuarentenismo. Y tantos otros anti algo como sus versus falsamente opositores. Existen los problemas reales que nos exigen soluciones reales y honestas de una buena vez.

Argentina, así como el mundo entero, requiere afrontar grandes desafíos que hasta aquí no ha encontrado en las definiciones políticas nacionales ningún reflejo. Y basta de excusarnos con la pandemia.

Lo repito una y otra vez: la pobreza, la distribución de la riqueza basada en el trabajo digno (no en el intervencionismo del Estado), el respeto por la naturaleza de la que somos parte y no sus dueños, la contaminación, la explotación industrial de animales, suelos, bosques, etc. etc. de manera nefasta e inescrupulosa, las mafias alevosas del crimen organizado sin pudor y sin restricciones reales, las mafias disimuladas….Todos tenemos alguna noción y conciencia de que se puede cambiar. No es un destino inexorable, no es un mandato divino ni estamos determinados como especie y como comunidad planetaria.

No es verdad. Podemos cambiar. Podemos mejorar. Podemos hacer bien las cosas. Las podemos hacer mejor de lo que las venimos haciendo. ¿Aún en medio de la pandemia? Sí! Aún en medio de la pandemia.

La cuarentena precoz en Argentina fue una buena medida. La gran mayoría aceptamos y dijimos sí. Entre tanto, se sucedieron los fenómenos que ya todos observamos de un modo u otro: el planeta respiró, la prodigiosa naturaleza se expresó, la gente se encontró dentro de sus hogares y para muchos fue una experiencia de cercanía con la familia, con lo cotidiano, con lo simple y lo íntimo, para muchos otros, fue un nuevo escenario de su infierno cotidiano y este período ha sido una dura prueba.

En estas últimas semanas en nuestro país, han sucedido hechos que nos preocupan y nos indignan: femicidios, violencia e inseguridad, criminales sueltos, decisiones políticas abruptas sin consenso social, crisis profunda, negocios cerrados y una severa recesión económica…desnudan un relato diferente al de quédate en casa, cuidémonos entre todos.

¿Quiénes y cómo estamos pensando las otras soluciones que no sean los protocolos de crisis sanitaria? ¿Seguiremos insistiendo con las viejas recetas, archiconocidas por sus falencias? ¿O intentaremos una verdadera institucionalidad democrática que nos ponga a todos en pos de un progreso social, cultural y económico posible?

No creo en los odios y en los amores o lealtades de ningún sector político. Hemos visto como las personas se cruzan de veredas sin pudor y en el fondo de la cuestión, ¿a quiénes le sirven los resentimientos ajenos que no le solucionan la vida a nadie? Nadie come, trabaja, se educa, etc., etc. con los antagonismos poco creíbles y mediáticos. Es el acuerdo social sobre la base de propósitos nobles lo que permite a la gente salir cada mañana a construir su proyecto de vida. Lo contrario a eso es un rostro con barbijo del otro lado de una grieta. Doblemente ajeno, doblemente enemigo.

Desconfío de los protagonismos, de los liderazgos que pretenden soluciones completas, hegemónicas, totalizadoras. Creo más en la mirada cercana, local, propia de los grupos barriales, locales, regionales. Resolver los problemas que tenemos a una escala adonde los afectados pueden llegar porque están ahí, entienden, la viven, la llevan día a día. Los principios de un mundo sano, limpio y justo pueden albergarse en cada instancia. Sólo debemos estar convencidos.

Las organizaciones no gubernamentales deben jugar un rol fundamental en esto. Las comunidades científicas, las universidades, los colegios profesionales, las asociaciones, las cooperativas, las ONG’s que pretenden objetivos humanitarios pueden alentar y fortalecer una mirada más fidedigna respecto a los problemas que cargamos en nuestras espaldas como sociedad. Si hay soluciones, si hay modos y recursos para afrontar este momento único en la historia del planeta, que alcen su voz, abandonen sus refugios, claustros, falsas neutralidades y banderas sectoriales para integrarse en un único clamor: nuestro futuro como humanidad depende de nuestra capacidad de vencer a los únicos enemigos que son la ausencia de amor por el otro (todo otro) y el hambre insaciable de poder.

Lo que sucede en el mundo, en nuestro país, en nuestra provincia o región es un problema de cada uno de nosotros. No se trata solamente de estar a salvo, escondidos.

Me duelen los miedos ajenos, los que palpitan en la mirada de los que con medio rostro cubierto vacilan ante cualquier presencia que perciben como una amenaza. Me duelen los miedos que roban mañanas y quitan ilusiones de que podremos convivir sin distancias. Me duelen los miedos que alejan porque tornan a los demás un portador potencial de un virus, solamente eso, más que nada eso.

Me duelen las grietas. Me resisto a ellas. Son parte de la mezquina estrategia de enfrentarnos y distraernos en lo que no es esencial. Esencial….palabra tan usada y manoseada en este último tiempo. Puedo disentir, puedo pensar diferente en alguna circunstancia o definición de un gobierno, de un congreso, de un sector o de un grupo social y no por eso me vuelvo un anti aquello respecto a lo que pienso diferente. La diferencia no es una antípoda per se. No es un lado de una grieta. ¿Qué clase de autoritarismo intolerante está gestándose en nosotros sino aceptamos la diversidad de pensamiento y no construimos una nación sobre la base de esa pluralidad? ¿Qué clase de energúmenos estamos alentando en nuestro interior bajo la excusa de una libertad que solamente me reservo para mi misma y mis pares?

¿Nos hemos vuelto la encarnación de nuestro opresor? me pregunto, parafraseando al genial Paulo Freire, que en su obra mayúscula Pedagogía del oprimido nos enseñó cuánto daño hacemos al volvernos aquello que detestamos apenas tenemos la oportunidad de encarnar al opresor que llevamos dentro…

Pensemos diferente y que eso alimente el fuego creativo que puede construir un mismo fin: salvar este país de su propia ignominia. Salvarnos sobre la base de lo que podemos hacer bien y para un bien mayor. No porque lo anuncie un presidente por televisión. Me resisto a ser una testigo pasiva del devenir de mi nación y de lo que le heredo a mis hijos. Intervengamos, discutamos, propongamos, busquemos sin mezquindades. Ejerzamos y cumplamos las leyes que nosotros mismos hemos ido elaborando como acuerdos de convivencia social. Miremos el presente con atisbos de un mañana que no espera sentado, que es ya, es ahora y no tiene por qué ser igual a cómo veníamos haciendo las cosas. Dejemos de ser los patéticos fabricantes de grietas que no llegan a ninguna parte. Dice Paulo Freire: “Si no amo el mundo, si no amo la vida, si no amo a los hombres, no me es posible el diálogo.”[1]

Me miro en el espejo y me pregunto: ¿por qué no tengo miedo al coronavirus? Creo que más temo ser un zombie consumiendo noticias, ser alguien que es llevada por las circunstancias y lo hace sin chistar o chistando, fabricando diferencias absurdas para no solucionar nada, mientras la basura (todas las basuras) se sigue tirando bajo la alfombra o acumulando a pleno día en las calles…me niego a ser depositaria de un futuro estrictamente pensado por otros que no me piensan o soñado por quienes no me sueñan. Mi presente y mi futuro es asunto mío, nuestro, aunque tenga que cruzar océanos de virus para llegar a construirlo.


[1] Paulo Freire, Pedagogía del oprimido, Siglo XXI, 1970, México, pp 86.

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