EL YIN YANG ARGENTINO

Tenemos un país hermoso, grande, rico, diverso…crecí escuchando esas palabras y creo que realmente es así.

Nuestro país es abundante y generoso.

Nuestro país es grandioso.

Sin embargo, todo lo que hacemos colectivamente como Pueblo, como sociedad, parece no ser suficiente para que nuestra vida cotidiana encarne esa grandiosidad.

Vivimos invariablemente al filo de algún derrumbe macro económico, con más pobreza de la que podemos justificar, todos atentos al valor del dólar, inseguros, alertas, tantas veces desprotegidos, con recelo y miedo porque nos roban, nos matan, el engaño es moneda corriente y tenemos los mismos problemas pendientes e inconclusos de siempre.

Y esto, antes de la pandemia. No culpemos al coronavirus de nuestra cultura del antagonismo y el desencuentro.

Nuestras conversaciones sobre la vida política argentina tienen que ver sobre todo con los escándalos, los errores incomprensibles, los delitos, los anti de este lado y del otro lado de una línea cada vez menos clara…en vez de avanzar en un debate sobre soluciones, planes y programas que estemos dispuestos todos a cumplir y llevar a cabo responsablemente.

Cada medida de crisis que se toma en nuestro país, luego se vuelve parte inamovible de nuestra realidad y se eterniza: la coparticipación de las provincias a Nación injusta y abusiva, el injustificable impuesto al cheque…por nombrar solamente dos ejemplos que incluso tienen- en algunos casos- como autores a representantes ideológicos que en el discurso distan mucho de los actuales gobernantes….pero siguen ahí, como medidas de poder político.

¿Qué nos pasa?

¿Por qué cada posición se genera por oposición a la otra con odio, rechazo, repudio… ¿por qué nos insultamos entre nosotros?

Personalmente, cada vez que escucho, leo o veo en las redes manifestaciones de aborrecimiento, de repulsión, incluso de ironía, pienso, y ¿cuál es la solución? ¿Cómo resolvemos esto o aquello? ¿Cómo conservamos la institucionalidad en la vida nacional? ¿Cómo seguimos confiando en las leyes, en las normas, en las pautas colectivas y en su aplicación?

La comprensión más profunda de que cada posición es sólo eso y en la dinámica existencial no puede permanecer estática y seguramente albergue en sí misma una parte de su opuesto, nos llevaría a mirarnos de frente sin odiarnos, sin sospecharnos, sin rotularnos.

Yo no soy yin totalmente y vos no sos yang totalmente. Algo de tu yang hay en mí y algo de mi yin hay en vos. Esa es la intuición honda y genuina que hay que desentrañar para considerarnos parte de algo. Y preguntarnos ¿por qué ese rechazo visceral? ¿adonde me lleva en cuanto al camino de solución de nuestros problemas en común? Y con esto me refiero no a la delincuencia organizada, al terrorismo de Estado o a cualquier perversión de la realidad en forma intencionada; sino a la gente de buena fe que se fanatiza y se embandera en una posición o en la otra, en una mezcla confusa de razones hasta incompatibles. ¿Adónde vamos con nuestros pequeños y absurdos resentimientos?

Desconfío de la gente con un micrófono, una cámara o una pancarta que aborrece, que desprecia, que acusa, que mira sin amor al resto.

La ausencia de empatía, de amor por el conjunto es para mí, indicio de que esas palabras y esas acciones nos conducirán a otra escalada de errores en un espiral y una tensión sin fin.

Para mí, la gente que cree tener la verdad absoluta y por ello, niega al otro, está ciega. No puede aceptar que en todas las circunstancias lo más importante no es acumular todo el poder y la razón. Lo sustancial es encontrar el nuevo camino entre los opuestos aparentemente irreconciliables.

Cada fuerza política en la historia de nuestro país, cada sector de poder, cada grupo que se identifica y se embandera de una y otra forma se complementa con aquello que dice repudiar o combatir. Más de una causa no existiría sin su contrario. Al menos en el discurso.

Recordemos que en todo yin hay yang y recíprocamente…

¿Cuál es el sentido de esto? No es perpetuar esa complementariedad, sino superarla. Que surja algo diferente, que ninguna fuerza sea la que se queda fija en su propio sentido y su autojustificación, que del cruce de los que se sienten buenos/malos, lúcidos/necios, honestos/deshonestos, hermosos/horribles pueda surgir algo diferente, colectivo, del esfuerzo de cada fuerza por mirar al otro como su necesario y paradójico fraternal complemento que trae la lección más valiosa: no seremos a mi manera ni a la tuya, sino seremos a nuestra manera. Nuestra es distinto. Nuestra nos integra. Nuestra nos desafía a superarnos.

Lo nacional no está acá o allá. No es este polo o es este otro, sin reconciliación y sin acuerdo posible.

Argentina me agota. Me agobia el ánimo. Ya pasé varias décadas viendo transcurrir las absurdas e insostenibles crisis y abusos en un país que parece repetir sus lecciones una y otra vez. Sin aprender a trascenderlas.

La Argentina está gobernada y administrada por argentinos.

Esa es la verdad que nos cuesta tanto aceptar y encarar.

Expresan un imaginario argentino, un inconsciente/consciente colectivo argentino, con sus temores, sus traumas, sus mandatos, sus profecías autocumplidas.

No es tal o cual personaje el motivo de nuestra salvación o nuestra perdición. No son las Cristinas, los Albertos o los Mauricios…

Es nuestro eterno temor de ser infelices.

Es nuestra espantosa certeza de que estamos eligiendo lo menos peor ó la salida de esta crisis hasta que venga la próxima porque no somos capaces de lograr el bienestar colectivo y cualquier proyecto nacional se irá a la banquina.

Ese fatalismo insano es nuestra sombra a vencer.

Esa sensación trasmitida de generación en generación de un destino inexorable de patria siempre explotada, maltratada, desperdiciada, sin rumbo.

Mientras nuestras pasiones, nuestros sueños, nuestros esfuerzos toquen sólo el borde fronterizo de la supervivencia, mientras guardemos viejos odios intactos, mientras siempre esperemos que el presidente sea el papá de todos y nos resuelva los problemas como si fuéramos eternamente niños, mientras admitamos la derrota como una manera de ser y de vivir….  no vamos a dar ese salto que como sociedad nos toca asumir y concretar.

Nos amedrenta la visión colectiva de un pueblo feliz.

No hemos aprendido aún siquiera a imaginarlo.

Nos cuesta plantear la felicidad como una condición de vida que nos podemos procurar entre todos.

Incluso suena ridículo. Utópico.

El gran eterno retroceso cultural y mental, en nuestra sociedad argentina, entiendo que es entre otras cuestiones fundamentales, la noción de carencia y de inestabilidad a la que estamos siempre sometiéndonos.

Dependemos excesivamente del único ámbito social e institucional que debería ser el más previsible de todos: el Estado.

Y así estamos: esperando que funcione bien, que no sea escaso, que sea justo y transparente, ¡que sea eficiente!, que de respuestas a corto, mediano y largo plazo y que esté presente en las dimensiones fundamentales de nuestra vida. Y eso parece que nunca va a suceder, al menos como para vivir en un país menos incierto.

¿Qué pasaría si empezamos a plantearnos una nación más desarrollada, en plenitud, concretando sueños, siendo feliz? ¿Cómo sería ese país, si logramos materializarlo? ¿Qué tendríamos que pensar para darle forma concreta a esos anhelos?

Ese me parece un buen punto de partida para iniciar un cambio mental.

Primordial y necesario para lograr un cambio ético.

Ya estamos cansados de malos presidentes, malos gobiernos, malos procesos. De tantas zozobras, de crisis constantes, de incertidumbre en todo, de penuria, de mediocridad, de promesas falsas, de mentiras constantes, de hipocresías. Y particularmente, nos han cansado todos los eufemismos disfrazados de ideologías libertarias y nacionalistas.

Personalmente, pretendo un país donde se pueda vivir y trabajar en libertad, trabajar para construir presente y futuro para nuestros hijos y nietos, vivir en paz, con la prosperidad que da la seguridad institucional y la tolerancia social. No quiero regalos de nadie, aspiro a lo que mis brazos y mi corazón sean capaces de edificar en común, no quiero prisiones mentales y espirituales, los sueños de la gente se alcanzan sobre la base de la concordia y la confianza en el otro. Basta de enemigos ridículos.

Todos necesitamos reconocernos parte de este camino y obrar con amorosa valentía y responsabilidad. Todos nosotros, nuestros gobernantes, jueces y legisladores, también.

Ya es tiempo de aprender a encarar la realidad de un modo diferente.

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