Volver a enseñar

De las practicas tradicionales al vacío pedagógico

Isabel Bohorquez

Gracias a El Memo de Mendoza por la confianza https://www.memo.com.ar/opinion/ensenar-escuelas/


La educación es un tema recurrente en los medios, es noticia y de las malas.

Todos tenemos una opinión sobre la educación actual. Reprochamos su ineficacia, su decadencia o su incumplimiento respecto a los logros que deberían alcanzarse.

A diario vemos reportes sobre el fracaso del sistema educativo y los cuestionamientos e interrogantes sobre las razones de este estado de situación, recorren todo el espectro de problemas y desafíos que hoy afronta nuestro país.

Vinculamos el fracaso educativo a la pobreza, a la violencia, a la inseguridad, a la falta de cultura del esfuerzo y del trabajo, a la falta de interés por aprender, al uso abusivo de las redes y de los celulares como modo de conexión y comunicación con el mundo, a la falta de presupuesto y de políticas educativas responsivas, a la falta de formación docente, a la infraestructura deficiente, etcétera.

Sin embargo, el gran ausente aquí -en todos los reportes y análisis sobre lo que está pasando hoy con la educación en Argentina- es el debate pedagógico. Discusión que requiere una mayor preponderancia si queremos que algo diferente pase en las escuelas, en las instituciones educativas todas, incluyendo las universidades.

¿Qué hicimos con la enseñanza? ¿De qué manera fuimos vaciando pedagógicamente las aulas? ¿Por qué perdimos la brújula respecto al valor de los métodos?

Si hacemos un alto respecto a todas los condicionantes que solemos poner en primer plano (sin ignorarlos ni minimizarlos) asumiremos que un aula vital y ordenada, donde se enseña y se aprende, es posible más allá de todos los obstáculos. Quienes hemos enseñado a leer y a escribir en contextos de pobreza y vulnerabilidad sabemos que la curiosidad y la satisfacción de un niño que nada posee, excepto su condición de aprendiz quizá, es incluso más grande que otros en circunstancias mucho más ventajosas. O quienes lo han vivido junto a jóvenes que descubren que pueden ser dueños de su destino y no cautivos de un fatalismo inexorable…o se han sentado junto a un niño enfermo y han afrontado las tareas escolares conectando así con la vida y el futuro fuera de su cama…

Los obstáculos a veces son inmensos, pero no culpemos de todo a las dificultades y miremos hacia el interior de lo que sucede en el escenario educativo cuando se materializa.

¿En que radica la magia de enseñar y aprender, incluso en condiciones adversas?

Primera cuestión: Todas las personas estamos hechas para aprender.

Las personas tenemos una disposición natural a aprender, es parte de nuestra condición humana, que además, nos humaniza. Somos seres de adaptación y transformación, “seres programados para aprender” decía Paulo Freire invocando a su vez a François Jacob[1], seres curiosos y lúdicos…Todo ello no muere en la escuela, aunque es verdad que la escuela puede potenciar o restringir nuestras capacidades naturales.

Si todos los que componemos las escenas educativas, aprendices y maestros asumimos esta condición frente al aprendizaje, podremos situarnos en que aquí y ahora, en esta aula, en este día, algo nuevo sucederá y se presentará como un desafío a la vez que una novedad. Requerirá esfuerzo, práctica, disciplina, frustraciones, exigencia, paciencia, amorosidad y confianza. Así aprendemos a caminar, a hablar, a leer, a escribir, aprehendemos el mundo entero.

¿Qué certidumbre y responsabilidad le asignamos a los estudiantes? ¿Realmente esperamos que aprendan? Muchas de las rutinas institucionales parecen más destinadas a paliar los  fracasos o desajustes que a insistir en los procesos hasta que se logren auténticos aprendizajes. ¿Qué pasaría si naturalizáramos el hecho de que todos podemos aprender algo y que no cejaremos en el intento hasta lograrlo?

Segunda cuestión: Aprender es una cuestión a ser mediada.

Podemos aprender solos, podemos ser autodidactas y de hecho, en innumerables situaciones las personas aprendemos sin guía. Ahora bien, la condición solitaria e individual tiene sus límites.

Somos seres de comunicación y de lenguaje, seres de relación, seres de emociones, nos constituimos en nuestros vínculos y en la trascendencia de nuestros actos -y con esto me refiero a que- si puedo salirme de mi, consciente del mundo que me rodea e ir al encuentro del otro, el sentido de lo que piense, realice y aprenda, me transfigurará.

Vuelvo a recurrir a Paulo Freire: “No es el yo, no es el yo pienso que explica el yo existo. Es el ‘nosotros pensamos’ que explica el yo pienso. No es el yo sé que explica el nosotros sabemos. Es el nosotros sabemos que explica el yo sé”[2]. Esta expresión alude al pensamiento existencialista de Paul Sartre que planteó la noción de conciencia llevándola a la condición incluso de conciencia social, indispensable en la conceptualización del mundo y su intervención en él. ¿Quiénes somos y qué haremos en el mundo que vivimos? Eso lo aprendemos juntos, y realmente no es poca cosa…

Aprendiendo junto a otros, entre otros, mediatizados por el mundo en el que estamos presentes, aprendemos a ser, a estar en el mundo. Cuestión inmensamente más radical que cualquier contenido curricular específico pero que se materializa a través de cada experiencia de aprendizaje. Y el maestro será un otro, un aprendiz constante y el responsable comprometido amorosamente de que este proceso sea provocado y guiado. El maestro es indispensable.

¿Qué certidumbre y responsabilidad le asignamos a los docentes? ¿Realmente los comprometemos a que enseñen un modo de comprender el mundo o simplemente les indicamos y prescribimos actividades?  ¿Creemos en la experiencia educativa junto a otros o seguiremos insistiendo con la competencia y el individualismo? ¿Reconocemos la centralidad del papel de los docentes en la formación de nuestras generaciones, de nuestros ciudadanos, de nuestros hijos?

Dice Rosa María Torres: “Intolerablemente bajos y malos son los salarios, la calidad de vida, la autoestima, la valoración social, las condiciones de enseñanza, las oportunidades de formación y perfeccionamiento, el reconocimiento y la investigación del problema y los presupuestos destinados a resolverlo para tornar mínimamente viables los ambiciosos objetivos y metas planteados en el discurso educativo de este último decenio de siglo. En realidad, la educación que algunos avizoran como la educación del siglo XXI -televisión, video, computadoras y aparatos de todo tipo, modalidades a distancia, autodidactismo, enseñanza individualizada, aprendizaje programado, paquetes multimedia- tal parecería no incluir a los maestros y tener reservado para ellos, por el contrario, un proyecto de extinción”[3]

Tercera cuestión: Vamos a la escuela a aprender un modo de entender el mundo

Los contenidos curriculares no son neutros ni triviales. Son una lectura del mundo, reflejan lo que hemos aprendido como sociedad respecto al mundo y la valoración que damos a ello. En resumen, lo que aprendemos en la escuela es el reflejo de lo que somos porque el mundo que enseñamos es el que estamos siendo nosotros. Nuestro pasado, presente y futuro, nuestra línea del tiempo, sus aventuras y desventuras, nuestras herramientas para interpretar, calcular, medir, dibujar, configurar, mapear, relatar, describir, adjetivar, sustantivar, escuchar, cantar, danzar, trepar, correr, recorrer y perseguir las historias, las cosas, los seres y paisajes que pudimos vivir y narrar.

Lo que aprendamos en la escuela nos hará mejores personas o no…depende de lo que la sociedad tenga para trasmitir y aprender-enseñando, depende del mundo que estemos siendo y del mundo que anhelemos llegar a ser. Inmenso desafío e inmensa importancia la de aprender-enseñando y enseñar-aprendiendo (cuando me refiero a la escuela pienso en todos los niveles educativos, incluyendo la universidad).

¿Hemos discutido lo suficiente el mundo que le ofrecemos a nuestras generaciones más jóvenes a través de la educación y el mundo que aspiramos a ser? ¿Cuáles son los valores, principios y acciones que pretendemos que se aprendan? ¿Cuáles son los instrumentos o herramientas que asumimos como indispensables para ese aprendizaje? ¿Esos contenidos que queremos presentes en las escuelas los -intentamos al menos- aplicar en nuestras vidas?

Cuarta cuestión: Todo aprendizaje requiere un camino metódico

Los métodos de enseñanza son los grandes desdeñados de las últimas décadas.

Los diferentes modelos de enseñanza que se han desarrollado a lo largo de la historia de las teorías pedagógicas se basan en una  concepción de aprendizaje y en los componentes que tienen que estar presentes en una situación estructurante de ese aprendizaje.

Un maestro que aplica un método de enseñanza no deja librado el aprendizaje solamente a las condiciones de comprensión del estudiante. Establece un conjunto de propuestas que guardarán coherencia con el objeto de aprendizaje y se dirigirán a un propósito.

El movimiento crítico surgido en las décadas de los sesenta/setenta del siglo XX respecto a las prácticas tradicionales y la preeminencia que se le dio a los aportes de la psicología, especialmente del desarrollo como los postulados de Piaget y Vygotsky, generaron una corriente de espontaneísmo pedagógico que repercutió fuertemente en las rutinas escolares. Dicho muy sucintamente: empezamos a dejar de enseñar para pedirle a nuestros alumnos que aprendieran por si mismos, como pudieran y lo que pudieran..

Un ejemplo paradigmático es el descubrimiento por parte de los niños de la lectoescritura, las palabras, las letras, sus formas, parecidos y diferencias, sus usos (mi nombre, el nombre de la mamá, el papá, palabras significativas) que recorre resumidamente tres etapas: pre silábica, silábica, alfabética. El estudio llamado de la psicogénesis de la lectoescritura puso en evidencia que los niños tienen sus concepciones, sus ideas previas a la enseñanza de la misma, que no son una página en blanco y que reconocer y aprovechar esas ideas previas es indispensable en cualquier acto de enseñanza.

Lo bueno de saber que hay etapas evolutivas de parte de los niños que están aprendiendo a leer y a escribir, es que podemos tomarlas en consideración, respetar esas etapas, incluso estimularlas. Pero lo que no podemos dejar de hacer es enseñarles. Ser los mediadores, los guías que los introducen en el maravilloso mundo de la palabra escrita. Un buen método de enseñanza de la lectoescritura (que los hay) llevado a cabo por un buen maestro, dinámico, ordenado, comprensivo, perseverante.

¿Qué modelos de enseñanza se aplican hoy en las escuelas? ¿Qué estamos haciendo para evaluar los métodos empleados? ¿O solamente medimos los resultados en los estudiantes? ¿Qué discusiones estamos sosteniendo al interior de las instituciones para develar el por qué de nuestros fallos en la enseñanza? ¿Qué autoridad y libertad están teniendo nuestros docentes para enseñar responsablemente y hacerse cargo de sus resultados?

El debate pendiente, ausente, postergado y silenciado es pedagógico.

Volver a enseñar es una parte fundamental de esa discusión.


[1] François Jacob, «Nous sornrnes prograrnmés mais pour apprendre», Le Courrier de L’UNESCO, París, febrero de 1991 -citado entre otros textos del autor- en Paulo Freire, Cartas a quien pretende enseñar. Siglo XXI Editores, México, 1994.pp. 40.

[2] Entrevista concedida en Chile a fines de 1972 al equipo de la revista Cuadernos de Educación, que fue publicada en el Nº 26 y posteriormente, en la Revista de Ciencias de la Educación, Nº 10, 1973. De allí se extrajo esta referencia citada por TORRES, Carlos Alberto en Paulo Freire: Educación y Concientización. Ob. Cit., p. 160.

[3] Rosa María Torres, Prefacio en Paulo Freire, Cartas a quien pretende enseñar. Siglo XXI Editores, México, 1994, pp.13.

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