Cuarentena corrompida e injusta

Por estos días se siente el peso del aislamiento, el correr de las horas con límites cada vez más difusos, ante los que hay que poner mucha disciplina y buen ánimo para que se mantenga una secuencia similar a nuestra vida pre pandémica.

Se siente la cuarentena como una pesada carga, dramática para muchísima gente que necesita con urgencia trabajar para subsistir, para mantener puestos de trabajo, para cubrir exigencias fiscales y financieras. Con esta afirmación, no me refiero exclusivamente a los grandes empresarios de Argentina o de cualquier otro país, me refiero, muy especialmente, a los emprendedores a pequeña y mediana escala que siempre cuelgan de la cuerda floja ante cualquier cimbronazo…

Se siente la carga emocional, anímica ante la que todos nos repetimos una y otra vez que quedarse en casa es necesario para el bien de todos. Creo que una gran mayoría ha hecho propio el mensaje. El cumplimiento -más allá de la constante contabilidad de infectados, muertos y detenidos por violar la cuarentena- es masivo.

Pero…

Diferentes sucesos nos desvelan y alertan hasta la crispación social: la inaudita e injustificable liberación de presos es una incongruencia con mayúsculas; porque cada uno de los ciudadanos afrontamos la cuarentena en donde nos toca y en las condiciones que nos toca. Si violamos esa condición, estamos en riesgo de ir a prisión (¿puede haber una paradoja mayor que ésa?)

Convengamos que personal de la salud, policías, empleados en un supermercado cobrando en las cajas, cadetes en las calles, etc., etc., etc., están tantísimo más expuestos que un preso encerrado en una cárcel. Al contrario, se ven más exigidos a trabajar incansablemente.

¿Por qué liberarlos? Si es por el estado de hacinamiento en nuestras cárceles; entonces ¿qué hacemos con las viviendas paupérrimas donde duermen cinco en un solo colchón?; además ¿recién caemos en la cuenta de ese hacinamiento? Quizá ya es tiempo de resolver temas pendientes desde hace muchas décadas: las cárceles, los geriátricos habilitados aún en condiciones infames, la gente en situación de calle y tantas otras escenas deshumanizantes que hemos mal disimulado y tolerado en base a nuestra propia hipocresía para vivir en sociedad.

Somos una sociedad que ha consentido sus propias miserias. Es esta circunstancia tan global y tan amenazante la que deberá despabilarnos de una buena vez para no actuar con mayores negligencias. Cada decisión siempre cuenta, más en este tiempo histórico, donde se requiere tener una talla superior para gestionar acciones de bien público. Hay menos margen de error. Ahora, más que nunca, todos estamos pendientes de ello.

¿Tenemos jubilados que deben cobrar?

¿Tenemos ancianos que necesitan cuidados y cobijo?

¿Tenemos gente durmiendo en las calles?

¿Tenemos gente con hambre en la absoluta intemperie?

¿Tenemos violencia de género?

¿Tenemos abusadores conviviendo con sus víctimas?

¿Tenemos  menores en riesgo de prostitución?

¿Tenemos chicos que no acceden a recursos dignos para educarse? que no tienen ni computadora ni internet, ni materiales mínimos…

Tenemos los mismos problemas que antes de la pandemia, sólo que esta circunstancia los ha resaltado con mayor nitidez.

La sociedad entera, sus jueces, sus legisladores, sus funcionarios, deberá tomar decisiones postergadas ya sea por costosas, por impopulares, por complejas, porque nos exigen el ejercicio de una práctica comunitaria comprometida y responsable, no demagógica ni mentirosa ni indiferente sino real y efectiva.

¿Qué haremos con ello?

Como país dotado de inmensos recursos de toda índole, nunca tuvimos justificativos para la pobreza o la injusticia social. Decidimos que podíamos convivir con ella y lo hicimos. Esa es nuestra responsabilidad colectiva que debemos reconocer y afrontar.

Si en verdad lo queremos resolver, podemos generar más estrategias de cuidado de la ancianidad y de la infancia, podemos generar mecanismos de resguardo ante la violencia, especialmente la doméstica; podemos sancionar leyes actualizadas y concernientes a los problemas sociales con mayor capacidad de respuesta; y particularmente, podemos desarrollar un ejercicio de la justicia más ágil y riguroso porque la permisión frente a la delincuencia no enmiendan la pobreza ni la violencia -ése es uno de los argumentos más cínicos que ha enarbolado cierto sector de la justicia argentina-  que a su vez, ha generado aún mayor retraso en las soluciones de fondo frente al delito al cuasi justificarlo.

Quienes hayan trabajado en barrios donde el hambre arrecia (yo sí he trabajado allí), saben que la mayoría de la gente es decente y que son los primeros en sufrir los embates de la corrupción, la droga, la trata, los robos, etc.. Esa dupla pobreza-delincuencia es un esquema ideológico espurio.

Lograr un país, una sociedad, un mundo mejor organizado, más justo, más humano, no es una quimera. No debe serlo. Es más, esta es una regia oportunidad para enfrentar nuestros problemas históricos.

Son tiempos difíciles para todos, por eso mismo se requiere, de parte de todos, la mayor responsabilidad posible en el pensar, en el hablar, en el actuar con sentido ético. Hoy nuestros jueces deben entender que no hay que cometer torpezas como las que sucedieron en estos días. Ya no son incuestionables como durante tanto tiempo…

Liberar a los presos es una mala decisión. Insisto con ello. Afligir y exasperar a una sociedad pacífica que ha respondido a la voluntad política de sus dirigentes, es una decisión aún peor. A menos que los jueces que liberan a esos presos, los hospeden bajo su custodia en sus hogares y asumiendo los gastos por ello. Ése sería un gesto coherente con sus atribuciones de hacerse cargo de sus decisiones para liberarlos mientras dure la cuarentena.

Paulo Freire dice claramente en El grito manso: “Intervenimos en el mundo a través de nuestra práctica concreta, intervenimos en el mundo a través de la responsabilidad, a través de una intervención estética, cada vez que somos capaces de expresar belleza en el mundo. Cuando los primeros humanos dibujaron en las rocas figuras de animales, ya intervenían estéticamente sobre el mundo, y como seguramente ya tomaban decisiones morales, intervenían de manera ética. Justamente en la medida en que nos tornamos capaces de intervenir, capaces de cambiar el mundo, de transformarlo, de hacerlo más bello o más feo, nos tornamos seres éticos”. [1]


[1] Freire, Paulo, El grito manso, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003, pp.27

4 respuestas a “Cuarentena corrompida e injusta

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  1. Excelente descripción en cuanto al estado anímico en lo social y particular.- Esto nos ha conmocionado a todos y cada uno de nosotros, por ende está en uno mismo aportar el resumen y la sabiduría que esta increíble experiencia nos deja.- Habrá quién tome esto como una mera consecuencia de la expansión de un virus sin vacuna comprobada hasta ahora, otros descubriremos la emoción de ver el mar limpio y transparente, los parques y plazas con su paz expresada en la naturaleza y animales silvestres que vuelven a recorrer caminos que antes formaba parte de su paseo diario.- Cambiar el mundo, difícil, pero intentar mejorarlo y probar de ser mejores personas, seguro que es viable.-

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  2. Palabras claras y sencillas para entender la actualidad de frente a lo que vendrá post cuarentena!! Ojalá haya un cambio desde los poderes del estado como así también de la sociedad y dejemos de tapar los problemas reales que salen a la superficie ante situaciones como las que vivimos!! Excelente como siempre Isabel!!

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