«Nos extraviamos en el embrollo de nuestras propias necesidades y el otro deja de ser otro. No lo veo. No quiero verlo.»
Isabel Bohorquez
Tremendo narcisismo al que nos condena esta sociedad del rendimiento, del éxito, incluso en lo afectivo y en lo sexual.
El amor en estos términos carece de negatividad. Todo debe ser positivo. Este sujeto del rendimiento es un esclavo de sí mismo. Por ende, difícilmente pueda ser feliz. Se condena a estar hastiado, aburrido y deprimido por su éxito. Cuando hacemos alusión al otro como objeto sexual, como objeto a secas, pensamos en una mujer de curvas generosas, vestida con un short ajustado y un escote sugestivo. Este estereotipo debería superarse para poder pensar a cualquier persona que es mirada y valorada como alguien útil en una relación de un modo cómodo para una de las partes. Una mera cosa.
Nos perdemos vivir la incertidumbre que ese otro implica en su misterio de ser alguien que no soy yo y que me obliga a salirme de mí. Me cautiva y me intranquiliza, me abruma porque es desconocido y siempre será otro. Jamás igual a mí. Ese es un paraíso aterrador, al que hay que atreverse. Una auténtica experiencia erótica, amorosa, envolvente, requiere de dos distintos que se encuentran y, en cierto sentido, se pierden en el enigmático laberinto del otro, para recuperarse amantes y redimirse de su egocéntrica soledad.
Ese misterio que los une y torna cómplices y compañeros a quienes en definitiva se hallaban incompletos hasta que se encontraron. Es esa incomprensible, contradictoria y hasta cándida cercanía donde uno puede ser del otro y recíprocamente. Se puede contar con la otra persona. Se está a salvo. Se acaban las murallas porque se amplía la fuerza vital para enfrentar la existencia. Ser de a dos es estar siendo juntos, para otro y por otro. No sólo es estar siendo para uno mismo. Y que esto me incluya. No me quedo afuera; no quedo excluida de la ecuación.
¿Será fácil? ¿Será cómodo? ¿Será a mi medida? No. No hay nada de eso en el amor. Incluso habrá tanta congoja muchas veces… Y no me refiero a un vinculo tóxico, patológico o enfermizo. Me refiero a la inevitable molestia que supone abrir mi vida a alguien más. Y sin embargo, una vez allí, en ese lugar de apertura al otro y de inclusión a mi propia vida, todo es agonía en su ausencia.
Aprendemos a amar si aprendemos a ser junto a otros, más allá de nosotros mismos y una vez que el otro está allí, somos. Ser cobra sentido conjugado en plural. Somos. A veces hay días buenos, hay veces de días malos.
No hay garantías en el amor.
Isabel Bohorquez – Doctora en Ciencias de la Educación
Artículo publicado en diario La Voz https://www.lavoz.com.ar/opinion/no-hay-garantias-en-amor
Imagen tomada del sitio https://pixabay.com/es/
Las reflexiones de Isabel nos llevan a profundizar sobre el sentido de las relaciones en la actualidad asumiendo la conciencia de nuestro yo y la apertura real a los demás.
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