Los solos y la soledad


«Vivir la soledad como una aventura de autoconocimiento nos lleva a horizontes inéditos en la propia vida. «

Isabel Bohorquez

A los solos se los reconoce por no tener pareja estable. Son percibidos como personas libres, independientes, y a su vez generan la sospecha de que su condición puede deberse a dificultades para vincularse, a fracasos, incluso a incompetencias o a patologías. 

Ellos se autoperciben del mismo modo. 

A veces, se sienten plenos en su libertad, con opciones casi ilimitadas de vivir experiencias que no los aten ni los comprometan a nada. 

Otras, se sienten incompletos, disminuidos frente a un escenario constante de gente que sale, viaja, come, va al cine, se divierte, intima y duerme de a dos. 

En un mundo donde el éxito es el amo omnipresente, donde perder es profundamente culpabilizante, ganar es un mandato y ser feliz, una obligación ineludible, los solos oscilan entre ser los ganadores de una autonomía casi sagrada y ser los perdedores en una historia que debe ser contada con fotos sonrientes, y mejor si es en lugares paradisíacos. 

La selfie en compañía ha pasado a ser una liturgia. 

Edades 

A los 30, ser un solo te hace sentir que el mundo es tuyo o puede serlo. La sensación de lo ilimitado que nos dan hoy las redes y la globalización que todo lo aproxima, entusiasma y alienta a seguir explorando. Incluso con hijos, trabajo estable y otros anclajes. 

A los 40, la mirada sigue espiando el inmenso océano de posibilidades, y aún el cuerpo le disputa condiciones de juventud a la década anterior. Sentirse a tiempo es la clave. 

Los 50 traen otras cuestiones y, parafraseando a Jorge Luis Borges, la muerte les persigue incesante… Entonces los solos miran en torno de sí y se empiezan a plantear soluciones a la medida de sus expectativas. Con (o sin) compromiso, con (o sin) sentimientos, con (o sin) deseo del otro. El statu quo de estar solos pasa a ser una condena, un destino o un desafío existencial. La angustia se deja ver. 

Los hombres son menos aptos para estar solos y lo resuelven lo antes posible. O se cuestionan el límite de los beneficios de dejar de estar solos. La frontera suele ser la complejidad de sumar a otro a la propia vida, a la privacidad, a la cotidianidad y, ni qué decir, al presupuesto. 

A medida que se avanza en las décadas, se agudiza lo que les sucede a los cincuentones. Como solución, una razón de peso será la vida familiar, y una salida narcisista será captar compañía más joven (en especial los hombres, y en el fondo como un modo de sentirse ellos mismos también jóvenes y potentes). 

En los hombres, el trabajo suele ser el reducto ideal. Volver a la casa lo más tarde posible, comer cualquier cosa y encender la TV. 

En las mujeres, funciona de un modo parecido, pero ellas hablan más de su condición y se animan a explorar sus sentimientos al respecto. 

Soledad humana 

La soledad es otra cuestión bien diferente. Ya no se trata de un estado afectivo o social. Es una dimensión subjetiva. Tiene que ver con la persona y su encuentro consigo misma. Allí, donde nadie más que el propio yo puede habitar. 

Soltero, casado, divorciado, viudo, emparejado de a ratos o como sea que se ande llevando la vida emocional y sexual, la soledad es una cuestión de mirarse de frente, de conocerse, de preguntarse, de responderse. Y de estar a gusto con ello. 

Esa soledad humaniza. Me convoca y me sienta frente a mi propio reflejo. Y ese encuentro es tan crucial como un nacimiento. 

Vivir la soledad como una aventura de autoconocimiento nos lleva a horizontes inéditos en la propia vida. 

Por el contrario, la soledad puede resultar una experiencia aterradora. De una profunda y vacía oscuridad, de un silencio demoledor o de una legión de fantasmas aullando dentro de nosotros. Lo que no hicimos, lo que no fuimos, lo que nos debemos. Las culpas, penas y olvidos imperdonables que se agrupan en un grito común: huye de ti. 

Hay gente que se pasa la vida evitando su soledad. Poco a poco, se vuelve alguien totalmente desconocido para sí mismo. Y, sin querer, se vuelve el más solitario de todos los seres. 

Hay solos y solas. Y hay soledades luminosas como un sol. 

Isabel Bohorquez – Doctora en Ciencias de la Educación 


Artículo publicado en diario La Voz https://www.lavoz.com.ar/opinion/solos-y-soledad

Imagen tomada del sitio https://pixabay.com/es/

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