MATANDO NUESTRO MAÑANA

El debate sobre la despenalización del aborto en Argentina abre nuevamente una oportunidad para encontrarnos (o des-encontrarnos) en la búsqueda de respuestas a una multiplicidad de problemas humanos: la vulnerabilidad social y de género, las inequidades, la pobreza, la violencia, las condiciones de salud y de educación, etc…que no solo refieren a embarazos no deseados. Y por eso mismo, detona la discusión acerca de la intervención más o menos eficaz del Estado, sobre nuestra propia capacidad social y cultural para enfrentar nuestros problemas y qué decisiones en el orden político y jurídico estamos dispuestos a asumir.

Cuáles son nuestros valores argentinos? Cuál es nuestra perspectiva como sociedad humana? Nuestra posición como país respecto al valor intrínseco de la vida humana fijará nuestro horizonte no sólo presente sino de nuestro linaje.

Eso será el reflejo de lo que estamos dispuestos a hacer, por lo que luchar, los sacrificios y esfuerzos que como sociedad estamos prestos a afrontar… más allá de la declamación de principios.

Argentina ha recorrido un camino con el tema del aborto: aceptar su legalidad en casos como la violación, el riesgo de vida, etc. Muestra un punto de inflexión que reconoce el profundo dramatismo de las situaciones consideradas pero aún preserva el derecho a la vida del niño o niña por nacer, penalizando el resto de las condiciones en que se quisiese practicar.

Políticas de Estado como el programa de salud sexual y procreación responsable vigente desde 2014 que distribuye gratuitamente el implante para uso sub dérmico (el chip como le dicen muchas de las mujeres que asisten a los hospitales) no han resultado aún todo lo eficaces que se esperaba…

Cuál es la salida?

Seguramente despenalizar el aborto reduciría las muertes de mujeres por ese motivo. Ese es un hecho ya comprobado en los países que han aplicado esta política. Lo que no quiere decir que se hayan solucionado los problemas humanos que parecen concentrarse en un embarazo no deseado.

La superación de las condiciones de vulnerabilidad y tremenda desventaja de las mujeres no se resuelve con el aborto.

Las mujeres muchísimas veces nos quedamos solas frente a una larga lista de obligaciones y tareas que implican la crianza y el sostenimiento de un hogar. Embarazarse, gestar y parir con lo que venga por delante, parece que es sólo un problema femenino en esos casos. Son dos personas las que hacen posible un embarazo. Si se agrega la pobreza, la miseria, las carencias socio-ambientales, todo se empeora…

Esto tiene que cambiar.

Rotundamente, nuestra sociedad debe hacer cargo al varón de la obligación que le toca en una concepción. Y no refiero solamente a los abusos…habrá que seguir transitando este largo camino de la responsabilidad compartida. Extender esa responsabilidad a las familias, a las comunidades y que se propicie el compromiso. Ya no como una mirada machista vs. feminista, sino como una sociedad que acepta y afronta lo que vive en común.

Y sí, habrá que invertir más recursos en ello.

Más guarderías, más seguimiento, más trabajo comunitario, más involucramiento efectivo frente a las escenas cotidianas que son anuncios a gritos de los riesgos, más difusión y prevención, más participación de los sectores privados que aporten de sus competencias y sus caudales para favorecer, no el asistencialismo, sino condiciones posibilitadoras de mejor calidad de vida….creo que mucho de lo que debemos hacer ya sabemos cómo hacerlo.

Hay que apostar a la prioridad de ello y generalizar la conciencia de que no es un exclusivo tema de quien se embaraza y su decisión frente a ello.

Y la persona?

Nuestra condición basal como seres es la de ser sexuados (y por ende, potencialmente reproductivos) que asegura la continuidad de la especie. Este fundamento biológico está en el origen de todo lo que habita este planeta.

Una larga historia de construcciones culturales, sociales y filosóficas -y por ende- en valores, nos fue dotando de otras miradas respecto a la sexualidad, al género, a las identidades, a los roles, a los derechos que ha enriquecido, de modo diverso y complejo el ser varón o ser mujer.

Pero no ha obturado nuestra capacidad potencial reproductiva y su sentido: engendrar vida. La vida del linaje, indispensable para la especie.

En nuestra evolución como especie que aprendimos?

La realización de la existencia empezó a ocupar un lugar protagónico y nos reconocimos como sujetos de derecho y de placer, en búsqueda de un sentido propio y emancipado.

Sin embargo, el reconocimiento de esa condición de derecho y de realización, para que sea colectivo y arbitrado por una norma que nos incluya a todos y a todas , debe reconocer a su vez, el derecho de todos y todas. No solamente mi propia condición…de lo contrario, esa atribución soslayada por mi interés individual en perjuicio de otra persona, pone en riesgo el mismo fin que se persigue con la norma jurídica.

Engendramos vida que desde el mismo momento de su concepción ya es otro ser. Otra vida. Otro yo.

Este es nuestro equipamiento biológico ancestral.

Nosotros decidimos que hacer con ello.

Es nuestra decisión ética, más que científica o de cualquier otra matriz de interpretación la que nos pone en el lugar del dictamen de cuidar de esa vida o de interrumpirla.

Más allá de cualquier ley que garantice derechos y deberes, es el dictamen de la conciencia de quien puede decidir sobre la vida de otra persona lo que define la vida o la muerte de quien, por su condición de indefensión no puede invocar su derecho a vivir y se torna así, víctima.

La conciencia de ese Otro ser me traslada a un eje distinto de mi misma y de mi mismo. Ya no soy yo solamente (pienso al escribir esto en la mujer y en el varón interviniente en la concepción). Este tercer Otro tiene derecho a la vida. Aún sin nombre ni identidad visible, aún en la forma más precursora de su destino, ya es Otro como lo soy yo aquí y ahora.

Desde el lugar de la mujer: puede no desear esa otra vida, puede que no esté en sus planes, que se vea impedida, desesperada y en tremendo dilema. Puede que no haya condiciones materiales posibles para afrontarlo.

Desde el lugar del varón: puede que le pasen las mismas cosas…o peor aún, puede que ni siquiera esté advertido de su participación en la concepción o le sea indiferente.

La vivencia subjetiva es el primer orden de valoración de nuestras circunstancias.

La subjetividad de cada uno de los que argumentamos a favor o en contra del aborto, impregna nuestras posiciones. Y todas ellas hacen pie en alguna clase de verdad.

Yo creo,y lo he experimentado arduamente, que mi cuerpo es solo mío hasta que lo habita otro ser. Entonces ya no es solamente mío.

Una vida que late, aún en la más incipiente de sus posibilidades, es eso: una vida, una persona.

Tan valiosa como la mía que soy adulta. Es otra persona con mis mismos derechos. Derechos que debieran ser tan democráticos y legítimos como los de sus padres que le engendraron.

Apoyo la Vida, toda vida, la vida de ese niño o niña por nacer.

Me preocupa que las posiciones políticas enfrentadas pretendan asumir que su verdad es la única y absoluta y que además, en el ejercicio de la democracia, cualquier visión opuesta sea entendida como fanatismo.

Me alarman algunos significativos silencios en este debate que nos pone frente a un hecho ineludible: en nombre de los derechos de las mujeres asesinaremos a miles y miles de niños y niñas.

Vaya paradoja…

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