“Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.”[1]
Por estos días intento poner en claro mis pensamientos y me desborda la propia insuficiencia para discernir representaciones de esta realidad cada día más extraña y paradójica.
No encuentro indicios certeros que me asistan en este esfuerzo por comprender qué nos está pasando en Argentina.
En principio, me aparto de describir las circunstancias que todos conocemos y de hacer un análisis crítico sobre las injustas sinrazones de muchas de las medidas y reacciones que nos toca vivir por estos días y me pregunto: ¿cuáles son las representaciones que vamos construyendo sobre la realidad? (lo que advertimos o consideramos como la realidad), más allá de aquello que al momento de estar aconteciendo tiene el carácter absoluto de indudable realidad… Algunas de ellas infaustas y muy dolorosas.
Las cosas que nos pasan son una parte de lo que asumimos que es la realidad. Además hay que considerar lo que construimos a partir de lo que nos pasa, lo que pensamos, sentimos y vivimos como experiencia individual y colectiva.
Son nuestras imágenes mentales, sentimientos, vinculaciones con los arquetipos inconscientes, experiencias próximas y recónditas, etc.; con una fuerte incidencia de mandatos generacionales, algunos desconocidos de tan remotos e inscriptos simbólicamente en la memoria de nuestro clan.
Todo eso constituye el andamiaje con que percibimos la realidad. Y a veces, esas percepciones se tiñen de tal manera con los miedos, ansiedades y resentimientos que sólo vemos a través de estos últimos.
Por ello, es fundamental distinguir cuál es la condición que le atribuimos a los hechos que suceden y cómo interpretamos eso que nos sucede. En resumidas cuentas: cómo asumimos la vida tanto interiormente como en nuestras acciones concretas.
En cada sociedad, según su historia y lo que habita profundamente dentro de las personas que las componen, surgen diferentes matrices comunes de imagen mental de lo que pasa y su respuesta a ello. Aparecen nuestros fantasmagóricos registros de la escasez, la soledad, la indiferencia, la muerte…
Por supuesto que surgen diferenciaciones y algunos sectores, grupos o individuos cuestionan esa imagen colectiva o adhieren de modos más adaptativos, otros más irracionales, hasta hostiles con cualquier condición que les active sus propios monstruos internos.
Toda conducta social hace pie en una representación internalizada, con la complejidad de laberintos que esa imagen pueda tener. Y todo gobierno, estructura de poder y autoridad, instituciones o marcos regulatorios de la vida social se basan, en parte, en ese mismo colectivo. No es una cuestión exclusiva de votantes o partidarios, de alianzas o de oposiciones. Las estructuras de poder alcanzan su verdadero soporte en el inconsciente colectivo de la sociedad en donde radican.
Aunque parezca incomprensible, la historia nos ha enseñado que ningún régimen fascista o totalitario hubiera sido posible sin la connivencia de la sociedad donde anidó. Recordemos que los líderes son siempre emergentes de una sociedad y que nos reflejan, no sólo nos representan.
¿Qué pasa en Argentina y quizá en muchas partes del mundo en este nuevo escenario de pandemia? ¿Cómo nos representamos la realidad que actualmente nos toca vivir? ¿De qué modo enfrentamos colectivamente este desafío? ¿Qué clase de orden social estamos gestando/admitiendo?
Algunas cuestiones aparecen como posible trasfondo: la expectativa de no morir ni enfermarse y controlar esta epidemia al punto tal de suprimir cualquier riesgo de contraer el virus aunque eso implique generar condiciones inhóspitas. Y a su vez, la ilusión de proyectar en alguna forma de autoridad/poder que admita ese cometido, esto es, controlar las condiciones presuntamente necesarias para que el virus no se propague al punto de contagiarme.
Como consecuencia de una expectativa que toca lo más arcaico en el ser humano y despierta todas sus alertas, según cada uno esté en condiciones de afrontar situaciones como la enfermedad, la muerte y la vida misma, así como de las posibles proyecciones depositadas en una autoridad superior a mis fuerzas; se pueden generar las circunstancias más propicias para establecer los basamentos de una sociedad sumida y atrapada en sus propias aprensiones y escrúpulos.
No es cuestión de negar la pandemia. Sólo intento aquí interrogarme sobre la perspectiva respecto a cómo resolvemos nuestros desafíos, por mayúsculos que sean.
Tanto en cuanto al modo en que se está perfilando la vida política e institucional en Argentina como al imaginario social que resulta de una focalización constante en la enfermedad y las herramientas del Estado para ponernos a salvo de ella -en medio de una grave crisis no explicable por la pandemia- asistimos a una pérdida de la libertad individual y colectiva y de la noción de lo que el ejercicio del libre accionar implica.
Pero somos nosotros los que hacemos entrega de esa libertad y de la responsabilidad que supone ejercerla.
¿Acaso sucede que frente a la turbación que nos pueda provocar la enfermedad y la muerte, nos disponemos a ceder a otro nuestra propia potestad y nos refugiamos bajo el amparo de un padre omnipotente? ¿Será que los argentinos proyectamos en nuestros líderes políticos la carga de todos nuestros males y venturas, al punto que son ellos los que nos salvan o nos destruyen?
Si nuestras autoridades nos reflejan y por ende, son la materialización de lo que proyectamos en ellas, entonces es posible que nuestros miedos y ansiedades frente a una pandemia, su evocación, el riesgo de que nos toque vivirla en persona, nos esté despertando viejas respuestas. Respuestas que quizá creíamos heroicamente superadas, que refieren a relaciones paternalistas y sobreprotectoras.
Y cuanto menos me pregunto: ¿nos estamos mirando a nosotros mismos en este escenario? ¿hacemos un esfuerzo por comprender cuál es nuestra proyección en esta realidad y por lo tanto, cuál es nuestra responsabilidad respecto a lo que va transcurriendo?
Dice Edgar Morin: “Existe una ética de la comprensión que nos exige primero comprender la incomprensión, que tiene muchas fuentes: el error, la indiferencia frente al otro, la incomprensión de cultura, la posesión por los dioses, mitos, ideas, el egocentrismo, la abstracción, la ceguera, el temor de comprender…una palabra sobre esta última fuente de incomprensión: comprender no es justificar, comprender al asesino no significa tolerar el asesinato del que es autor.”[2]
Hoy vivimos cotidianamente situaciones contradictorias, paradojales respecto a nuestro propio desenvolvimiento social y vamos discurriendo en un marco de control social que alcanza ribetes de autoritarismo. Incluso experiencias con desenlaces muy trágicos.
Llama la atención el silencio de algunos sectores que ya podrían arrojar más luz sobre todo lo referido a los derechos constitucionales y como resolver las condiciones actuales de funcionamiento social sin apartarnos de ellos.
¿Qué nos pasa a los argentinos con el ejercicio de nuestra propia responsabilidad ética y ciudadana?
Es tiempo de construir nuevas esperanzas, aprendiendo a vivir en un mundo distinto al que conocíamos, que nos exige afrontar nuestras deudas pendientes, nuestros errores pasados y presentes y nos impele a poner en juego todas nuestras capacidades. Nos necesitamos activos, despiertos, atentos, sin delegar completamente en los gobiernos de los Estados una tarea que es de la sociedad en su conjunto. No son los lideres quienes salvarán al mundo, al país, a la economía, al medio ambiente. Somos todos, siendo libres, siendo responsables, siendo éticos.
Dice Patrick Viveret: “El problema de las grandes apuestas de un mundo que viene remite a un tema general, el fin de un mundo. (…) Una crisis se produce en el momento que el viejo mundo tarda en desaparecer, cuando el nuevo mundo tarda en nacer, y en ese claroscuro, pueden aparecer monstruos. Es un momento crucial en el que la crisis es a la vez, como lo dice el ideograma chino, fuente de peligro, pero también fuente de oportunidad.”[3]
Salgamos prontamente de nuestras jaulas mentales.
[1] Miguel Hernandez, Para la libertad. Segundo poema del El Herido en El Hombre acecha (1938-1939).
[2] Edgar Morin, Como vivir en tiempos de crisis, Ed. Nueva Visión, Bs As, 2011, pp. 16.
[3] Edgar Morin, Como vivir en tiempos de crisis, Ed. Nueva Visión, Bs As, 2011, pp. 35.
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